AL OLMO VIEJO
Al olmo viejo,
hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verde le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él,
y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verde le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él,
y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
(Antonio Machado)
Lo que mejor simboliza el amor por su joven esposa, Leonor, es el olmo seco. “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.
Antonio Machado escribió estos versos de esperanza en 1912, después de que Leonor enfermara de tuberculosis en su estancia temporal en París. El médico les recomendó que volvieran a Soria, donde el aire puro facilitaría su recuperación. A pesar de la mejora inicial, Leonor empeoró y murió. “¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos!” Al final del camino que va de la plaza Mayor hacia la iglesia de Nuestra Señora del Espino, se encuentra el olmo seco al que cantaba Machado. Los ocho días siguientes a la muerte de Leonor, los últimos de éste en Soria, el poeta recorría el trayecto con el recuerdo insoportable de su mujer. Unos metros más allá del olmo, en el cementerio, puede visitarse la tumba de Leonor.
* Nota de humor:
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