En el libro "Poemas infantiles" de Manuel Ossorio y Bernard encontramos el siguiente poema:
En un rincón de España,
si mi partida bautismal no engaña,
vi de la luz el resplandor primero,
de la vida dispuesto ya al combate,
naciendo como el hijo de un magnate,
de un monarca, un bribón o un pordiosero.
Patria del contrabando y las mentiras,
ciudad incomparable de Algeciras,
ni tú culpa has tenido
de que yo en tu recinto haya nacido,
ni hoy hacia ti mi corazón se escapa,
pues sólo te conozco por el mapa.
Crecí en Extremadura, Andalucía,
Madrid, Vizcaya... allá donde quería
la credencial, el título, el traslado,
o el cese de mi padre infortunado;
hasta que ya en Madrid por el cincuenta,
teniendo doce años,
-ya de mi edad podéis sacar la cuenta-
vine a vivir para mayores daños.
Y ¡cuánto entonces me causó deleite
aquel Madrid, que en Julio era una fragua,
con su alumbrado de mezquino aceite
su polvoriento piso y falta de agua!
¡Las calles hechas siempre un basurero,
la Iberia y Pombo como gran derroche,
y el tren de Sabatini por la noche
recordando al señor Carlos tercero!
¡Cursé latinidad y otras materias
tan útiles y serias
como el idioma que se habló en el Lacio:
traté a Virgilio, Cicerón y Horacio;
cinco años de moral me eché al coleto
(lo que, con el respeto
que merecen los manes de Moyano,
era mucha moral para un cristiano),
y si no fui filósofo profundo,
débese solamente
a haber quedado, siendo adolescente,
solo, huérfano y pobre en este mundo!
¡Qué vida la de entonces,
digna por cierto de esculpirse en bronces,
siempre que el bronce luego
se pudiera fundir dentro del fuego!
El estómago haciendo reflexiones
y quejas dando, acaso inútilmente;
escribiendo renglones y renglones;
durmiendo de prestado o al relente
y alternando con célebres histriones.
La indiferencia en mí fue ya un sistema,
y entre dudas y errores siempre envuelto,
cada comida o cena era un problema
pocas veces con éxito resuelto.
¡La amistad cuidadosa
me causó sumo bien en tal fatiga,
tanto como el cariño de una esposa!
Fueron mi salvación... ¡Dios les bendiga!
A luchar... dije al fin; y como escucha
y premia Dios las nobles intenciones,
ya desde entonces me apoyó en la lucha
y fui subiendo, dando tropezones,
hasta lograr honrada medianía
y el pan nuestro ganar de cada día.
Siendo español, paréceme excusado
añadir que al servicio del Estado
mi actividad más de una vez he puesto
que veinte años cené del Presupuesto
ya que para comer, y eso es barato,
nunca he dejado el literario trato.
No de la inspiración sujeta al yugo
contuve a la ardorosa fantasía:
de las letras fui víctima y verdugo
y produje en el día y para el día.
La gloria... ¡qué más gloria
que un capón preparado en pepitoria!
Así, pane lucrando,
donde hoy me encuentro entré de contrabando,
atrayendo en tal viaje
de veinte a treinta tomos de equipaje.
Teatro, novela, cuentos, poesía,
crítica, economía,
enseñanza infantil... cuanto comprende
el comercio librero,
cuanto se compra y vende,
otro tanto saqué de mi tintero,
y a citar muchos títulos renuncio...
no diga el editor que hago un anuncio.
Mucho, mucho en las letras he pecado;
mucho por mí las prensas han gemido
y gemirán, si me hallo destinado
a seguir esta senda que he emprendido
por la necesidad sólo guiado.
Ni el éxito jamás cegarme pudo,
ni tengo por corona
lo que a lo sumo me sirvió de escudo;
y si aún algo ambiciona
el disculpable afán de quien persigue
el conseguir un nombre algo notorio,
es que oyendo decir: ¿Quién es Ossorio?
Contestar puedan todos lo que sigue:
«Un humilde escritor, que consagrado
al género infantil, ha publicado
periódicos y libros a docenas,
para esas criaturas
de animado mirar, largas melenas,
maliciosa intención y risas puras:
es, ya que estriba en eso su jactancia,
el autor predilecto de la infancia.»
vi de la luz el resplandor primero,
de la vida dispuesto ya al combate,
naciendo como el hijo de un magnate,
de un monarca, un bribón o un pordiosero.
Patria del contrabando y las mentiras,
ciudad incomparable de Algeciras,
ni tú culpa has tenido
de que yo en tu recinto haya nacido,
ni hoy hacia ti mi corazón se escapa,
pues sólo te conozco por el mapa.
Crecí en Extremadura, Andalucía,
Madrid, Vizcaya... allá donde quería
la credencial, el título, el traslado,
o el cese de mi padre infortunado;
hasta que ya en Madrid por el cincuenta,
teniendo doce años,
-ya de mi edad podéis sacar la cuenta-
vine a vivir para mayores daños.
Y ¡cuánto entonces me causó deleite
aquel Madrid, que en Julio era una fragua,
con su alumbrado de mezquino aceite
su polvoriento piso y falta de agua!
¡Las calles hechas siempre un basurero,
la Iberia y Pombo como gran derroche,
y el tren de Sabatini por la noche
recordando al señor Carlos tercero!
¡Cursé latinidad y otras materias
tan útiles y serias
como el idioma que se habló en el Lacio:
traté a Virgilio, Cicerón y Horacio;
cinco años de moral me eché al coleto
(lo que, con el respeto
que merecen los manes de Moyano,
era mucha moral para un cristiano),
y si no fui filósofo profundo,
débese solamente
a haber quedado, siendo adolescente,
solo, huérfano y pobre en este mundo!
¡Qué vida la de entonces,
digna por cierto de esculpirse en bronces,
siempre que el bronce luego
se pudiera fundir dentro del fuego!
El estómago haciendo reflexiones
y quejas dando, acaso inútilmente;
escribiendo renglones y renglones;
durmiendo de prestado o al relente
y alternando con célebres histriones.
La indiferencia en mí fue ya un sistema,
y entre dudas y errores siempre envuelto,
cada comida o cena era un problema
pocas veces con éxito resuelto.
¡La amistad cuidadosa
me causó sumo bien en tal fatiga,
tanto como el cariño de una esposa!
Fueron mi salvación... ¡Dios les bendiga!
A luchar... dije al fin; y como escucha
y premia Dios las nobles intenciones,
ya desde entonces me apoyó en la lucha
y fui subiendo, dando tropezones,
hasta lograr honrada medianía
y el pan nuestro ganar de cada día.
Siendo español, paréceme excusado
añadir que al servicio del Estado
mi actividad más de una vez he puesto
que veinte años cené del Presupuesto
ya que para comer, y eso es barato,
nunca he dejado el literario trato.
No de la inspiración sujeta al yugo
contuve a la ardorosa fantasía:
de las letras fui víctima y verdugo
y produje en el día y para el día.
La gloria... ¡qué más gloria
que un capón preparado en pepitoria!
Así, pane lucrando,
donde hoy me encuentro entré de contrabando,
atrayendo en tal viaje
de veinte a treinta tomos de equipaje.
Teatro, novela, cuentos, poesía,
crítica, economía,
enseñanza infantil... cuanto comprende
el comercio librero,
cuanto se compra y vende,
otro tanto saqué de mi tintero,
y a citar muchos títulos renuncio...
no diga el editor que hago un anuncio.
Mucho, mucho en las letras he pecado;
mucho por mí las prensas han gemido
y gemirán, si me hallo destinado
a seguir esta senda que he emprendido
por la necesidad sólo guiado.
Ni el éxito jamás cegarme pudo,
ni tengo por corona
lo que a lo sumo me sirvió de escudo;
y si aún algo ambiciona
el disculpable afán de quien persigue
el conseguir un nombre algo notorio,
es que oyendo decir: ¿Quién es Ossorio?
Contestar puedan todos lo que sigue:
«Un humilde escritor, que consagrado
al género infantil, ha publicado
periódicos y libros a docenas,
para esas criaturas
de animado mirar, largas melenas,
maliciosa intención y risas puras:
es, ya que estriba en eso su jactancia,
el autor predilecto de la infancia.»
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